Un fantasma recorre la izquierda nacional. El feminismo de la segunda ola y la lucha política en Argentina en los años setenta1
A Specter is Haunting the National Left. The Second-Wave Feminism and Political Struggle in Argentina in the seventies
Um fantasma ronda a Esquerda Nacional. A segunda onda do feminismo e a luta política na Argentina nos anos setenta
Catalina Trebisacce
Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires-Argentina
catalina.katienka@gmail.com
Recibido: 01.02.13
Aprobado: 07.05.13
1Este trabajo forma parte de la investigación doctoral que realizo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en torno a las memorias de la militancia feminista argentina en la primera mitad de la década de los setenta. La investigación es financiada mediante una beca otorgada en el año 2009 (y ratificada en el 2012) por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
Resumen
La historia de encuentros y desencuentros entre el feminismo y otras luchas sociales tiene varias décadas de existencia. Probablemente sea constitutiva del propio feminismo. En el marco del reavivado interés que por este asunto presentan los estudios de interseccionalidad se vuelve necesario recuperar historias del feminismo que pongan atención en este punto. El presente trabajo es una contribución a dicha empresa. El mismo analiza la experiencia particular que encarnó la izquierda nacional argentina, específicamente el Frente de Izquierda Popular, en pleno proceso de radicalización política y en el contexto de la irrupción de la llamada segunda ola del feminismo. El artículo pone en primer plano las apuestas, las dificultades, las marchas y las contramarchas que el Frente Izquierda Nacional debió atravesar en el intento de abrazar la lucha feminista.
Palabras clave: Feminismos, Argentina, Izquierda Nacional, Década de los Setenta.
Abstract
The history of agreements and disagreements between feminism and other social struggles has several decades of existence. Probably it is part and parcel of feminism itself. Given the growing interest on this subject, intersectionality studies become necessary to recover histories of feminism that pay attention to it. This paper is a contribution to that endeavour. It analyzes the particular experience that embodied the Argentine national left, specifically the Frente de Izquierda Popular, during the process of political radicalization in the context of the emergence of the so-called second wave of feminism. The article highlights the stakes, difficulties, marches and counter-marches that the Frente de Izquierda Popular had to go through in its attempt to embrace the feminist struggle.
Keywords: Feminisms, Argentina, National Left, the Seventies.
Resumo
A história dos encontros e desencontros entre feminismo e outras lutas sociais tem várias décadas de existência- provavelmente constitutivo do próprio feminismo. No âmbito do renovado interesse que este assunto tem apresentado nos estudos de interseccionalidade, torna-se necessário recuperar histórias do feminismo que acentuem nesta questão. Este trabalho é uma contribuição nessa ordem, procurando analisar a experiência particular que teve a esquerda nacional argentina, especificamente o Frente de Izquierda Popular, no processo de radicalização política, no contexto do surgimento da chamada segunda onda do feminismo. No artigo apresentam-se os desafios, as dificuldades, os avanços e os contratempos que o Frente de Izquierda Nacional experimentou na tentativa de abraçar a luta feminista.
Palavras-chave: Feminismos, Argentina, Esquerda Nacional, os Anos Setenta.
Introducción
El presente trabajo versa en torno a una historia de militancia feminista argentina en la década del setenta. Su importancia estriba en los aportes que de ella puedan derivarse para enriquecer el campo de la teoría y de la práctica feminista contemporánea. En la actualidad, tanto los estudios feministas como la militancia expresan una fuerte preocupación por emprender perspectivas analíticas y políticas que puedan dar cuenta, simultáneamente, de distintos vectores de opresión como son la clase social, el género, la orientación sexual, la etnia, el grupo etario, entre otros. Esta vertiente en boga se ha dado en llamar estudios de interseccionalidad (McCall 2005; Yuval Davis 2006). Sin embargo, la pregunta por las posibilidades de hacer confluir el feminismo con otras militancias es anterior. El feminismo negro, chicano y lesbiano, que tuvo lugar hace casi cuarenta años, fue una expresión de esta misma preocupación (Nicholson 1997). E incluso, con anterioridad, el feminismo protagonista de la llamada segunda ola, acusado de blanco, heterosexual y en ocasiones burgués, también manifestó inquietudes en este sentido, en tanto y en cuanto fue parte de un escenario político contestatario a nivel mundial2. Detenernos en estos años, los setenta, y analizar los ensayos de confluencia entre el feminismo y la militancia política nos permite relativizar la severidad de ciertas críticas contemporáneas y tender un puente con aquellas experiencias, dimensionando la dificultad y profundidad del problema que hoy se expresa bajo el nombre de interseccionalidad.
En Argentina, más concretamente en su Capital Federal, el feminismo tuvo una pequeña primavera unos años antes del golpe de estado de 1976, en el marco de un período de fuerte movilización social, política y guerrillera3. Sobre la capacidad de las agrupaciones feministas de entablar diálogos y alianzas con partidos de izquierda se ha escrito ya y se ha arribado a algunas conclusiones en algún punto apresuradas. Ello fue consecuencia de haber considerado exclusivamente algunas experiencias y de haber abandonado otras. Se ha sostenido que entre el feminismo y la izquierda se producía un diálogo imposible puesto que las agrupaciones feministas pugnaban por una militancia más allá de las clases sociales y de las ideologías políticas (Vassallo 2005; Grammático 2005; Trebisacce 2010). Sin embargo, esta afirmación debe ser cuestionada al considerar la experiencia del feminismo dentro del Frente de Izquierda Popular.
El Frente de Izquierda Popular (FIP) fue una expresión de las nuevas izquierdas argentinas4, desarrollada durante los últimos años de proscripción del peronismo5. En el marco del proceso de peronización de ciertas izquierdas y de la radicalización hacia la izquierda de ciertos sectores del peronismo (Terán 1993), el FIP apostó a enlazar una vertiente nacional con el socialismo marxista, vía el peronismo, pero por fuera de las filas de dicho partido. Jorge Abelardo Ramos (ex dirigente) lo caracterizó de la siguiente manera:
El FIP era nacionalista, revolucionario, socialista, latinoamericanista. Miraba con simpatía al general Perón, pero no ingresaba a sus filas. Se nutría de muchos católicos, de militantes que habían luchado desde mucho tiempo antes contra el reformismo amarillo y europeizante del socialismo de Juan B. Justo y que se habían mantenido distantes de los comunistas hipnotizados por Moscú […] La 'Izquierda Nacional' ¿era quizás algo diferente de la 'izquierda cosmopolita' o 'izquierda portuaria'? Se trata de otra historia (Ramos 1983 [1973], 9).
La cuestión del nacionalismo en las filas de la izquierda no fue ni un asunto nuevo ni un asunto saldado para la década del sesenta (Lichtheim 1975 [1970]). Justamente, por estos años, una parte de la militancia de la izquierda, que postuló críticas al modelo soviético y abrazó los caminos heterodoxos de la Cuarta Internacional, reflotó las esperanzas de relacionar socialismo con nacionalismo.
Es así que algunos sectores de las nuevas izquierdas tercermundistas afirmaban que si bien en los países centrales el nacionalismo era sinónimo de fascismo, en los países de la periferia el nacionalismo encarnaba procesos revolucionarios6. Como reconoce Guillermina Georgieff:
La adaptación ideológica y práctica entre socialismo y nacionalismo operada en América Latina al promediar los años sesenta permitió pensar el cambio de situación de los sectores marginados y étnicamente diferentes ligado al 'rescate de la nación', amalgamándose de este modo, las tareas de construcción de la nación con las de la liberación popular y la construcción del socialismo (Georgieff 2003/2004,134).
Ahora bien, paralelamente pero coincidiendo con aquellos años de efervescencia política, dentro y fuera de la nación, se emprendieron los preparativos para la celebración del Año Internacional de la Mujer en respuesta al llamado internacional que realizó las Naciones Unidas (Grammático 2010; Giordano 2012). La convocatoria repercutió en todas las fuerzas políticas locales, desde los partidos conservadores, pasando por los partidos de izquierda tradicional hasta algunas organizaciones de las nuevas izquierdas.
Tal es así que el FIP comenzó a interesarse por las demandas feministas y a expresar dicho interés en sus publicaciones partidarias. Es necesario aclarar que no todos los partidos que se interesaron por la celebración del Año Internacional de la Mujer vieron en ella signos de militancia feminista o su posibilidad. Como sí fue el caso del FIP. Algunas organizaciones de las nuevas izquierdas asociaban al feminismo a una práctica burguesa, a razón de sus objetivos supuestamente reformistas, e imperialista por su origen y por su aparente efecto distractor del camino revolucionario.
El FIP, sin embargo, decidió llevar a cabo la conformación de un frente femenino al que bautizó Movimiento Feminista Popular (MOFEP) y se autodenominó "feminista", situación que no se repitió en otras agrupaciones de izquierda que prefirieron evitar la incomodidad de dicho nombre. De aquí que, la experiencia que desarrolló el partido en cuestión se vuelva especialmente interesante. Doblemente interesante si consideramos que el FIP se mostró especialmente preocupado por gestar una militancia local que evitara la importación acrítica de teorías y programas revolucionarios. Interesante en un tercer sentido, también, si se tiene en cuenta que durante el gobierno peronista, Eva Perón (dirigente y figura emblemática del peronismo) se había enfrentado ferozmente con las que por entonces se autodenominaban feministas, mujeres de la alta sociedad.
A continuación nos detendremos a analizar algunas interpretaciones, especulaciones y ansiedades que despertaba la importación de ideas y de pautas culturales entre las nuevas izquierdas, a fin de contextualizar las complejidades que la izquierda nacional vivió al momento de emprender una propia militancia feminista.
Más adelante nos ocuparemos de analizar cuáles fueron las estrategias elaboradas por el partido para poder abrazar la militancia feminista siendo una nueva izquierda nacional y peronista.
1. Ideas fuera de lugar o el problema de la recepción de ideas para la izquierda argentina de los años setenta
En los estudios de migración y recepción de ideas, un texto fundante es Las condiciones sociales de la circulación de ideas de Pierre Bourdieu (2009). En dicho texto el autor plantea el inevitable "malentendido" como una condición de la circulación, pues las ideas viajan sin sus contextos de producción, son recibidas y apropiadas en otros contextos, bajo otros determinantes. Las ideas son desustancializadas; ellas abandonan las pretensiones de la razón abstracta para devenir, a su pesar incluso, incompletas, abiertas y contingentes. Los procesos de apropiación de las ideas son una refundación, temporal, parcial, de sus sentidos. Los "malentendidos" son los sentidos, bien entendidos, de las ideas después de su apropiación/adaptación al nuevo contexto. Ciertos autores posestructuralistas han extendido esta condición de las ideas migratorias a todas, pues en su totalidad migran, ya sea en espacio o en tiempo; y son deudoras de ideas precedentes, también todas ellas migrantes (García 2008).
Ahora bien, en las décadas de los sesenta y setenta estas interpretaciones o, justamente, estas ideas sobre esta condición de las ideas, no eran pensables en los contextos latinoamericanos, o al menos no de modo dominante. El paradigma imperante en torno a la naturaleza del poder dejaba poco margen para las reapropiaciones subversivas. Importación, para la cultura de izquierda, era equivalente a imposición y sometimiento. El imperialismo cultural era considerado un enemigo poderoso que a través de la importación de ideas y pautas culturales podía someter a poblaciones, consideradas pasivas en su recepción.
Por entonces, en 1973, tuvo gran repercusión el texto Las ideas fuera de lugar elaborado por Roberto Schwarz (2000 [1973]). En él, el autor, analizando la importación de la ideas de democracia y modernización de la burguesía europea en el Brasil esclavista, parecía poner el acento en el carácter violento de la importación de las ideas7.
Debe considerarse que las interpretaciones en torno a la importación de ideas se producían en el marco de una discusión político-económica de mayor envergadura que giraba en torno a la modernización de los países tercermundistas; y que en el inicio de la segunda mitad de siglo veinte había adquirido una gran trascendencia8.
En el caso de Argentina, los cantos a la modernización acompañaron al clima golpista previo a 1955 y luego fueron parte del golpe de Estado que ese año derrocó a Juan Domingo Perón. Pero el camino hacia la modernización no fue ni uno ni lineal ya que, a partir de esta fecha y hasta la década del setenta, se discutieron e implementaron distintas propuestas político-económicas, pues la modernización fue entendida de distintas maneras por cada una de las fuerzas políticas existentes y por los grupos económicos implicados. Para algunos sectores de la sociedad, la modernización del país debía seguir los modelos de los países europeos; otros consideraban que el camino debía tomar la forma propia de la realidad latinoamericana. Había quienes creían que modernización era sinónimo simplemente de imitación de pautas culturales y de consumo del primer mundo. Para otros implicaba superar la economía de sustitución de importaciones y apostar al desarrollo industrial, el cual, a su vez, para algunos debía realizarse con un fuerte incentivo de capital privado; y para otros más debía hacerlo con una fuerte intervención de capital estatal (Aroskind 2007). En definitiva, hablar de modernización fue un gran imperativo de la época pero también un nudo problemático, que estuvo en todos los casos fuertemente asociado (positiva o negativamente) a la relación particular con las sociedades y economías poderosas9.
Desde la perspectiva de las nuevas izquierdas, el problema fue redefinido en términos de desarrollo y/o dependencia. Y la modernización fue rechazada por considerarla parte de un paradigma que avanzaba hacia la profundización de la sociedad capitalista y no hacia su superación. Frente a quienes estimaban que la modernización era una simple cuestión de desarrollo industrial10. o frente a aquellos que veían en la importación de productos su realización, Cardoso y Faletto (2003 [1969]), por ejemplo, señalaban el papel que jugaban en ella los grupos de presión y las luchas sociales como otros factores condicionantes11.
Entre las nuevas izquierdas existió la tendencia a considerar a la importación, tanto de bienes como de pautas culturales, como parte de un proceso en sentido contrario al desarrollo nacional y al bienestar de las clases subalternas. Las pautas culturales fueron concebidas como un canal sutil pero muy efectivo para el ingreso del imperialismo en la cultura, la política y la economía argentina.
Influenciadas por las lecturas gramscianas, las nuevas izquierdas habían comenzado a considerar al campo cultural como un campo de poder importante para el desarrollo tanto de la opresión como de la liberación. Como señala Adriana Petra,
el imperialismo cultural ha sido motivo ideológico recurrente para la cultura de izquierdas latinoamericana. Particularmente desde la década de los setenta, sobre la base de un antinorteamericanismo no exento de arielistas, la cultura se descubrió como un espacio, junto al económico y al político, donde la dominación era ejercida y al mismo tiempo podía ser pensada (Petra 2008, 249).
Esta concepción en torno la importación de ideas fue especialmente sostenida por la izquierda nacional. En una entrevista, realizada a poco tiempo del triunfo de Héctor Cámpora12, Ramos sostenía, refiriéndose al período previo de aquel triunfo, que:
el foco magnético de la influencia cultural del imperialismo en la Argentina era la Universidad […] En la Universidad se enseñaba a admirar la trilogía de Francia, la libertad, la igualdad y la fraternidad o el Parlamento Inglés; pero no se enseñaba a conocer el camino para que el parlamento argentino introdujese leyes que sirviesen a los argentinos […] Hasta la versión del marxismo era impropia; pues en todas las universidades de Latinoamérica, oficial o extraoficialmente, se difundió entre los estudiantes el pensamiento liberador de Marx bajo la forma invertida de una nueva dependencia intelectual (Ramos 1983 [1973], 98).
De este modo, el feminismo, que era un movimiento gestado en el seno de los países primermundistas, representó para buena parte de la izquierda la expresión de una militancia, al menos, sospechosa. Eva Rodríguez Agüero, quien estudió la recepción de las ideas feministas en el campo político-cultural de los años setenta, sostiene que:
a partir de las reglas del campo po lítico-cultural del período, en nuestro país se tendía a significar al feminismo […] como "ideas importadas", en boca de portavoces extranjeras (Rodríguez Agüero 2010, 201).
Asimismo y por otra parte, considerar el soporte material13 en el que las ideas feministas reingresaron al país y en el que circularon con más soltura, no es en modo alguno un asunto mejor. Como puede reconstruirse a partir de los trabajos de Pujol (2002), Plotkin (2003 [2001], Piñeiro (2007), Cosse (2006; 2009; 2010), las revistas de actualidad y moda, como Primera Plana o Claudia, fueron las que hicieron de puente para el ingreso para estas experiencias de militancia feminista europea y norteamericana; mucho más de lo que pudieron o quisieron hacer revista culturales como Crisis o Punto de Vista14.
Puede pensarse que esta doble condición -de foráneo y de importado por la prensa burguesa- haya incidido en la interpretación que del feminismo se hizo desde algunas izquierdas. El feminismo habría (re)ingresado a la Argentina en los setenta como una idea fuera de lugar.
No obstante, el FIP que estuvo especialmente preocupado por combatir las ideas fuera de lugar de cierta "izquierda cipaya"15, intentó verle la cara al monstruo y apoyó la creación de un feminismo local. Analizaremos a continuación, las estrategias de apropiación/producción que el partido desplegó para abrazar la causa feminista, y las dificultades, los malentendidos y las disputas que ello significó al interior del partido.
2. Feminismo en el FIP: entre ambigüedades, temores, disputas y apuestas osadas
"[S]olo algunos -algunas- han decidido el acto de coraje de aproximarse para ver la cara de la bestia, para enterarse de qué se trataba"
MLF en Persona16.
Hacia 1974, en vísperas de las celebraciones por el Año Internacional de la Mujer, el FIP fundó el Movimiento Feminista Popular (MOFEP)17. Una ex-militante, María Amelia Reynoso, contaba:
El entusiasmo era tan grande que los dirigentes incluso resolvieron que la bandera feminista pasaría a integrar el programa del partido. Nosotras fuimos autorizadas a trabajar con independencia respecto de los lineamientos de la dirección (Entrevista a Reynoso citada en Chejter (1996,17)).
El feminismo representaba una deuda con una parte importante de la humanidad que el partido reconocía. Pero Reynoso también advirtió de resistencias que se generaron entre algunos/as de los/as compañeros/as, pues el feminismo no escapaba a las sospechas que lo asociaban con el imperialismo. Las incertidumbres que esta militancia despertaba se expresaron, como es esperable, en ambigüedades y disputas teóricas en los periódicos del FIP.
En el período que nos incumbe, el partido editaba Izquierda Popular e Izquierda Nacional18. La primera era una publicación quincenal de formato periódico con espacio para las noticias coyunturales y cartas de lectores/as militantes o simpatizantes19, mientras que la segunda era una revista mensual en papel, ilustrada a color en la cual se divulgaban extensos y complejos textos teóricos, pues representaba el laboratorio de ideas de la izquierda nacional20.
Como veremos a continuación, la variada naturaleza de las publicaciones condujo a distintos tratamientos del tema de la militancia feminista. Las ambigüedades se manifestaban con más facilidad en Izquierda Popular, mientras que las disputas se producían, casi con exclusividad, en Izquierda Nacional.
2.1 Ambigüedades o los primeros acercamientos al feminismo
Comenzaremos por Izquierda Popular, porque es allí donde tuvo lugar la primera referencia a la militancia de las mujeres. La misma se produjo a través de una carta de lectores/as, publicada en noviembre de 1974, y firmada por María Luisa Barral de la ciudad de Córdoba. En ella la autora hacía un reclamo contra los editores, por postergar el tratamiento del tema de la explotación específica de las mujeres en sus páginas.
Soy una lectora entusiasta del periódico que ustedes dirigen y como tal quiero hacerles una crítica: Izquierda Popular no ha tocado en sus 43 números de existencia el tema de la explotación peculiar, específica que sufre la mujer en una sociedad capitalista y semicolonial como la nuestra. No puedo creer que se trate de inconciencia o ignorancia de la cuestión ¿será, entonces, que dan al tema una importancia secundaria? Si así fuese lo consideraría indignante, y mi entusiasmo por la línea del periódico y del FIP decaería sensiblemente (Barral 1974, 10).
Barral ponía el dedo en la llaga al sospechar una subestimación de dicha lucha. Subestimación que hacían las otras izquierdas, de las que el partido procuraba diferenciarse. Demostrando rápidos reflejos, el periódico partidario absorbió las críticas, publicó y enmarcó la carta de Barral con el símbolo de la lucha feminista bajo un título que rezaba: "Escriben los lectores. Reivindicación de la mujer en la lucha revolucionaria".
En su carta, la autora explicaba en qué consistía la explotación específica que padecían las mujeres y ponía en el centro de la cuestión a las tareas domésticas.
A la explotación de que es objeto como trabajador más en la producción, la mujer debe agregar aquella otra que sufre como producto de siglos de sociedad con predominio masculino: alcanza con señalar que, después de la fábrica o la oficina, comienza para ella una nueva jornada de trabajo (esta vez impago) en la cocina de su casa, en las tareas domésticas. Si en la fábrica es una asalariada y tiene un sindicato que la representa como tal, en sus tareas domésticas es objeto de relaciones de producción patriarcales y no hay defensa alguna, porque en las cocinas y lavaderos no se produjo aún la revolución burguesa (Barral 1974,10).
Pero las explicaciones de Barral no se circunscribieron a las determinaciones materiales. La lectora/autora interpeló a los directores y les habló en un idioma compartido con ellos, al recordarles que el imperialismo no se imponía sólo materialmente sino que existían opresiones que se producían en el orden simbólico, de lo cultural, que merecían tratamiento. En sus propias palabras:
No hablemos solamente de que se nos paga menos por igual trabajo, la cosa va más allá. Toda la vida cotidiana exhibe formas de opresión: la mujer aparece como objeto sexual en la publicidad; costumbres que subsisten con nuevos ropajes niegan a la mujer libertad sexual; una legislación atrasada prohíbe en aborto y desconoce que cientos de miles de mujeres lo practican anualmente en nuestro país, sólo que en muchos casos -sin la atención médica debida; carecemos todavía de una ley de divorcio y, en cambio, tenemos prohibidos los anticonceptivos, recién ahora se habla de implantar una jubilación para la ama de casa.
Como ustedes ven, señores directores, la opresión imperialista nos incluye como víctimas específicas, y ese yugo no tiene solamente un carácter económico. Es por ello que opino que Izquierda Popular debe tratar estos temas (Barral 1974, 10).
Ahora bien, con miras a analizar las complejidades y tensiones que esta militancia específica significó, resultan verdaderamente interesantes las líneas finales de la nota, en las que Barral lanzó una particular advertencia al partido.
Caso contrario [de no tomar el tema de la opresión específica de las mujeres] las reivindicaciones sentidas cada día con mayor dramatismo por las mujeres, serán utilizadas para promover "feministas" y apartarlas del movimiento nacional (ya sabemos que la oligarquía y el imperialismo exageran los problemas para sacarlos de su cauce natural y aislar a cada sector explotado).
Para que ello no suceda, es preciso que el movimiento nacional, y muy especialmente su ala izquierda, el FIP, asuma plenamente la cuestión femenina (Barral 1974, 10. Las negrillas nos pertenecen).
Aunque no es desestimable el hecho de que Barral combatiera la indiferencia hacia los temas específicos de la opresión de las mujeres, sorprende el rechazo hacia la identificación con la militancia denominada feminista. El feminismo apareció aquí, por primera vez en una de las publicaciones del partido, como un agente distractor, operado por la oligarquía y el imperialismo, con la posibilidad de fragmentar la lucha revolucionaria. Barral prefirió referirse a la "cuestión femenina" para evitar alianzas indeseables.
Casi un año después una carta de otra lectora, esta vez una militante del FIP de la ciudad de Mendoza, dejó entrever otros sentidos circulados respecto del carácter de la militancia feminista. Se trató de la carta de Betty Arriaga, publicada en la segunda quincena de julio de 1975, en la que la autora interpretaba la militancia desplegada por el partido en torno a las mujeres (desde el Frente Femenino, MOFEP) como orientada a producir un simple aumento en la participación de las mujeres en el partido. Escribió: "es de suma importancia recalcar el tema de la participación de mujeres en el partido" (Arriaga 1975, 6) y remitió a su experiencia personal:
Alguna vez me dijeron: 'mira. Betty. Creo que es demasiado tiempo el que le dedicás al partido y poco a tu casa y a tus hijos' […] Y les contesté que era de suma importancia comenzar la revolución y la concientización en mi hogar, para que llegado el momento mis cinco hijos estuvieran preparados desde todo punto de vista. Es decir, que tanto a mi esposo como a mis hijos yo los preparé y enseñé acerca de cual era mi objetivo revolucionario y de todo lo que significa para mi y los demás la militancia. Lentamente les expliqué mi participación en el partido, les leí libros, nuestra prensa, les hice entender cómo se lucha por la clase obrera y el pueblo (Arriaga 1975, 6).
Y si bien el aumento de la participación de las mujeres en la militancia partidaria suponía una transformación en la vida de las mujeres (en la organización de sus hogares y familia), la revolución que mentó aquí Arriaga no expresó la condición de "lucha específica" (a consecuencia de una "opresión específica"), que sí reconocía antes Barral. De hecho, se refirió a los padecimientos de las mujeres como producidos a consecuencia del sistema capitalista y de la explotación que sufrían los varones cercanos.
Yo les hago ver [a las compañeras] que nosotras somos las que sufrimos en mayor medida todos los problemas de desabastecimiento, costo de vida, explotación de nuestros esposos e hijos y eso me está dando buenos resultados. Yo trato de hacerles ver las cosas desde todos los ángulos: como mujer de hogar, madre y esposa (y que eso no se contrapone -¡al contrario!- con mi tarea como revolucionaria y militante) (Arriaga 1975, 6. Las negrillas nos pertenecen).
Las tareas de ama de casa, madre, etc. surgieron en su carta como problemáticas en tanto y en cuanto obstaculizaban la militancia en el partido pero no fueron problematizadas en sí mismas ni sometidas al ejercicio crítico, de desnaturalización, como sí lo expresaron algunas otras militantes de su propio partido, como veremos más abajo.
Arriaga se refirió a las mujeres como aquellas a las que había que despertar de un sueño del que ellas parecían responsables. En su carta no hay un signo de un sistema cultural productor y beneficiario de dicha situación.
[a las compañeras de los barrios] les hablo y trato de sacarlas de esa marginalidad en que viven. He visto que en la mayoría de los casos ellas mismas se marginan por creer que por ser mujeres humildes o analfabetas no pueden integrarse a la lucha política, aunque más no sea a un círculo de discusión (Arriaga 1975, 6).
Extraña línea argumental, para una militante de izquierda que seguramente vivió combatiendo las mistificaciones del liberalismo en torno a la voluntad individual. Evidentemente, lo que se tenía ganado en un terreno no significaba necesariamente que se tuviera ganado para otro.
El testimonio de Arriaga dejó en evidencia que ciertos debates del feminismo de entonces no llegaron a sus oídos o no atravesaron su experiencia. En su carta, incluso, reasignó a las mujeres el clásico lugar de cuidadoras de los otros, anestesiadas a su propio dolor. Un lugar que buena parte del feminismo de entonces sometía a rabiosa crítica.
La consideración de estas dos cartas, que fueron las primeras expresiones sobre el tema de la militancia feminista o de las mujeres en la prensa partidaria más orientada a las bases, muestran las ambigüedades que habitaban el tema. Mientras que Arriaga concebía el feminismo como una batalla por igualar a los varones en torno a las posibilidades de participación en el partido, Barral ponía en el foco de sus observaciones la opresión específica (simbólica y material) vivida por las mujeres, etc. La puesta en contraste de estas dos cartas nos ayuda a formarnos una idea respecto de la convivencia de los distintos diagnósticos sobre la condición de las mujeres y de distintos objetivos para transformarla.
2.2 Disputas, temores y definiciones en torno al feminismo
Por su parte, y paralelamente, en Izquierda Nacional se publicaron una serie de artículos y notas que discutían sobre las características que debía o no tener una militancia feminista. Estos artículos representaron, en cierto modo, la verdadera entrada del feminismo a la agenda programática del partido puesto que era ésta, la revista en donde se discutían los fundamentos políticos de la militancia.
En junio de 1975 Izquierda Nacional anunció en su tapa que hablaría de la lucha de las mujeres y, como segundo título en importancia, escribió: "De la Rebelión de las Mujeres a la Revolución". En el cuerpo de la revista se presentaron a modo de dossier unos textos referidos al tema.
El primero de ellos (después de una nota de la redacción de la revista que resaltaba la importancia de dar tratamiento a estos temas) fue un artículo corto de las militantes del FIP, Fabriciana Carvallo21, Nora Bologna y Julia Fernández, titulado "Nuestro Feminismo Revolucionario". Y aunque el mismo estuvo orientado a hacer la introducción al texto más importante del dossier que era de una agrupación francesa, en él se expresaron los primeros signos de la apuesta de las militantes.
En dicho textos las autoras afirmaban abiertamente la necesidad de dar un tratamiento específico, es decir diferenciado, a la problemática de la opresión de las mujeres, como no lo hacía -según ellas declaraban- ningún otro partido revolucionario hasta el momento.
La subordinación de la mujer, su expoliación económica y las limitaciones que se le imponen como ser humano, suelen constituir algunos de los puntos de los programas de los partidos revolucionarios, englobados en las reivindicaciones generales de la humanidad y de la clase trabajadora; pero pocas veces, como en este caso, se ha planteado el problema en forma tan específica, profunda y audaz (Carvallo, Bologna y Fernández 1975, 22).
Cuando se refirieron concretamente al trabajo de las francesas, se extendieron sobre las dificultades que podía acarrear la importación directa del programa de las europeas (siendo el tema de la planificación familiar uno de los problemas centrales). Sostuvieron:
Es necesario advertir que las compañeras francesas examinan -como es natural- el problema desde la óptica europea, a partir de sus propias experiencias vividas en un medio económica, científica y culturalmente avanzado, pero fundamentalmente usufructuario de la opresión imperialista" (Carvallo, Bologna y Fernández 1975, 22).
El texto de las francesas, titulado "Manifiesto de la comisión femenina de la Alianza Marxista Revolucionaria", proponía un repaso por temas centrales de la agenda feminista europea (y de algunas de las organizaciones locales como UFA y MLF) 22, al tiempo que celebraban los avances científicos que les permitían a las mujeres tener el control de su planificación familiar con la famosa píldora anticonceptiva. La nota de las militantes del FIP arremetía especialmente contra la importación de este punto (volveremos sobre la cuestión más adelante).
Ya en esta primera aparición de la temática feminista en Izquierda Nacional (la prensa importarte de FIP) quedaron planteadas dos cuestiones nodales que se impusieron al momento de intentar abrazar la lucha feminista y que, como veremos, la acompañaron -insistiendo- en el período en el que se desarrolló. Dos cuestiones que tomaban la forma o del debate (como era considerar al feminismo como una militancia específica o no hacerlo) o la de la preocupación (como era el hecho de que dicha militancia se nutría de la importación de ideas y experiencias primermundistas). Ambas tenían como fantasma acechante la posibilidad de que la militancia feminista no adquiriera, con suficiencia, la condición de revolucionaria.
Dos números más tarde, Fabriciana Carvallo escribió una nota titulada "El feminismo socialista y el feminismo burgués" en la que hacía un esfuerzo por diferenciar y clarificar distintos tipos de feminismos. Allí distinguía un feminismo burgués, un feminismo revolucionario y un feminismo socialista. Respecto del primero sostenía que era limitado a una clase social y por lo tanto reformista.
Las reivindicaciones políticas y económicas que sostienen tienen [sic] las limitaciones que su propia clase les impone, ya que muchas de ellas, en no pocos aspectos, comparten el status de sus esposos. Pero son cientos de miles las pequeñas burguesas que se rebelan contra situaciones que escapan a las posibilidades de la sociedad capitalista (Carvallo 1975, 29).
Cuando se refirió al feminismo en los partidos revolucionarios (por ellos debe entenderse a las otras organizaciones de las nuevas izquierdas, especialmente las armadas de quienes era más crítica) la autora puso en cuestión el hecho de que la igual participación de varones y mujeres en la militancia garantizara una transformación en la situación específica de las mujeres. En algún sentido, sin estar en diálogo directo con la carta de Arriaga, marcaba los límites de una propuesta en este sentido.
La equiparación de la mujer con el varón en todos los órdenes, político, económico, social y sexual, se ha incorporado a la programática de los partidos revolucionarios, pero concebido como un tema más, de orden prioritario, llevando implícito que la solución profunda y definitiva del problema aparecerá mecánicamente cuando la sociedad socialista sea un hecho (Carvallo 1975, 28).
Asimismo, cargaba las tintas sobre la postergación que hacían los partidos revolucionarios de la militancia feminista para cuando ya estuviera conseguida la victoria revolucionaria. El FIP se proponía darle un tratamiento en el presente.
Finalmente, evocando la doctrina peronista de la tercera vía23, Carvallo proponía un tercer feminismo, el feminismo socialista, el feminismo que elegía emprender el partido. A su entender, el feminismo socialista ya había tomado cuerpo en las políticas inclusivas de Eva Perón.
En nuestro país la gestión de Eva Perón permitió la incorporación de la mujer argentina a la vida política, dignificando la condición de la madre soltera y los hijos concebidos por ella. Es así que Evita lleva adelante las más importantes reivindicaciones feministas en los marcos de una revolución nacional burguesa, de amplia base popular. "De nada valdría un movimiento femenino en un mundo sin justicia social", dice, enlazando el problema de las reivindicaciones femeninas con las del pueblo en general. Cerrado el ciclo revolucionario del peronismo, las argentinas debemos reemprender las luchas desde la situación actual de las mujeres obreras y de las zonas agrarias y más atrasadas de nuestro país y de América Latina. […] La situación semicolonial de nuestro país, es el tercer anillo que aherroja a la mujer latinoamericana. Y para ellas, para sus problemas específicos, no hay otra respuesta que el Movimiento Feminista Socialista, ya que sus reivindicaciones como personas sólo pueden realizarse en el marco de un socialismo nacional y popular (Carvallo 1975, 30).
La apuesta era por una militancia feminista que ni fuera reformista ni quedara postergada para un tiempo remoto de revoluciones victoriosas. Según Carvallo, se trataba de una militancia que procuraba reconocer la importancia de su especificidad y la urgencia de su tratamiento, pero también que fuera conocedora de las determinaciones que el contexto le imponía para ser un feminismo realmente socialista, realmente revolucionario.
Fue efectivamente un nudo problemático, una preocupación seria, la de producir definiciones pertinentes para un feminismo revolucionario que espantara las amenazas del fantasma. En junio de 1975, en Izquierda Nacional se sostenía:
[H]ay un feminismo que aspira a emancipar a la mujer sin tocar a la sociedad burguesa y otro que comprende que nada sería más utópico que separar las reivindicaciones femeninas con todas las desigualdades. Estamos con el segundo y no con el primero (Izquierda Nacional, 1975c, 21).
La amenaza del feminismo no revolucionario deambuló por las notas de las publicaciones como un costo posible a pagar ante la osadía de dar tratamiento al tema. La carta de un militante que elogiaba la formación de un frente femenino llevaba el título de "Feminismo socialista, una iniciativa valiente y oportuna" y se hacía eco de los fantasmas intentando ahuyentarlos:
¿es digno de un revolucionario temer algo?, lo siguiente: sería solamente justificable el temor de un revolucionario frente a peligros considerables que comprometan el proceso mismo de la Revolución. Evidentemente, creo, no estamos ante ello ni cosa que se le parezca. Muy por el contrario, creo que estamos ante una brecha, una posibilidad, de acelerar el proceso que nos llevará a la consecución de nuestros objetivos […] La concreción de un frente feminista de trabajo en el seno del FIP debe ser recibida por todos los revolucionarios del Partido, a mi juicio, como cuando el sudoroso caminante recibe una saludable brisa de aire fresco en una soleada tarde de verano […] ¡Adelante valientes compañeras! (Sureda 1975, 31).
Meses más tarde de la publicación de esta carta, el Frente Feminista (MOFEP) realizó el Primer Congreso Feminista e Izquierda Popular retrataba el acontecimiento como si hubiera significado un riesgo, de algún tipo.
Nuestro Partido ha dado muestras una vez más de su inagotable vitalidad, audacia política y capacidad organizativa para encauzar en sus filas a los más amplios sectores dinámicos de la sociedad argentina, al impulsar en todo el país la constitución del Movimiento Feminista Popular (Izquierda Popular, 1975b: 4-5, las negrillas nos pertenecen).
¿En qué consistía la valentía y la audacia política del partido? ¿En avanzar sobre un terreno ambiguo? ¿En que se tratara de un campo de militancia compartido con otros sectores de la sociedad que no se alistaban en las filas revolucionarias? ¿En que se tratara de una militancia importada? ¿En todas ellas?
El feminismo, sin otra determinación, representaba una amenaza al punto de convertirse en un posible aliado del capital y del imperialismo; de devenir -por omisión- en un feminismo burgués y/o colonialista.
Ramos, en el documento interno de 1976, que era de algún modo un balance de los dos años de militancia en torno al feminismo, afirmaba:
Creo advertir la necesidad de llevar esta discusión al plano estrictamente político. Una línea muy general, de 'feminismo genérico', conduce a determinar un contenido social y cultural muy claro: con la clase de mujeres a que pertenece Victoria Ocampo24, el debate se elevaría muy rápidamente a regiones sublimes. Pero nos separaríamos irrevocablemente de las mujeres del pueblo. Ni siquiera en Francia o en la Europa avanzada es posible elevar por encima de las clases la cuestión feminista. Con mayor razón en una semicolonia. De ahí que sea posible en Europa referirse a un 'feminismo burgués' y en la Argentina a 'un feminismo oligárquico o pequeño burgués' (Ramos circa 1976, 7).
El "feminismo genérico" representaba la posibilidad de una imposición que podía profundizar las desigualdades. Una situación comparable a la amenaza que representa la importación de los paradigmas teóricos del marxismo por parte de la llamada izquierda "cipaya". Teorías y estrategias político-militares que eran producidas en y para otros contextos, que a los ojos de la izquierda nacional no hacía más que profundizar (sin posibilidad real de resolución) la conflictividad y, en el caso de la guerrilla, la represión sobre la población. De igual modo, podría pensarse que la situación crítica y marginal de las mujeres sería agravada por un feminismo "genérico" que no tuviera en cuenta la situación de semicolonia (como era definida por el partido) de Argentina. El feminismo genérico que nacía de una importación de ideas primermundistas no podría otra cosa que profundizar las desigualdades locales.
Como puede verse, en estos debates desatados en la presa y en los documentos del partido, el FIP, de todos modos, procuró sortear las ambigüedades y los fantasmas que el término "feminista" conllevaba para la época, afrontando el problema de intentar definir un feminismo deseado.
Postularon, así, un feminismo que estuviera en sintonía con las propuestas más generales del partido, es decir, que fuera resultado de una producción de una teórico-política local y no efecto de una importación "cipaya" de ideas. Y que, simultáneamente, reconociera el carácter específico de la lucha feminista y no retardara para un tiempo futuro (posterior a la victoria revolucionaria) el tratamiento de dicha militancia.
2.3 Un frente feminista o un partido feminista, esa es la cuestión
Enlazado con las preocupaciones ya expuestas, surgió en el FIP otro punto de debate que se inició con una carta de lectores/as, titulada "¿Debe un movimiento revolucionario levantar la bandera del feminismo?", en la que dos militantes del partido, Estela Grassi y Norberto Alayón, sometían a cuestionamiento las resoluciones y apuestas planteadas por Carvallo.
Si planteamos, dentro de nuestro Partido, separadamente la lucha de las mujeres, partimos desde el vamos de la desigualdad con el hombre.
No estamos de acuerdo con reivindicar la expresión 'feminismo' al tener que 'reconocer la indudable existencia de problemas sociales específicamente femeninos'. En tal caso, las mujeres sufren las consecuencias de una determinada organización social, que los hombres usufructúan en su propio beneficio. La liberación de las mujeres deberá darse conjuntamente con la liberación de los varones, y la de ambos con la liberación de la sociedad de la explotación capitalista y del yugo del imperialismo en nuestros países semicoloniales (Grassi y Alayón 1975, 32).
Este punto de la formación de un frente específico para la militancia feminista, ha sido tema de discusión al interior de los distintos partidos de izquierda. Los argumentos que solían esgrimirse para postular lo innecesario de emprender una lucha específica afirmaban que la opresión de las mujeres no respondía a un sistema opresivo independiente del sistema de opresión capitalista. Esta posición fue sostenida fuertemente por quienes aseguraban que los compañeros varones -proletarios y/o militantes- no podían ser responsables de la situación de dominación que podían ejercer sobre sus mujeres cercanas, pues ésta era también resultado (aunque indirecto) del capitalismo25.
Pero en el caso del FIP la discusión fue algo más compleja, pues quienes rechazaban la formación de un frente diferenciado aceptaban, sin embargo, la independencia de los sistemas de explotación e, incluso, afirmaban que los varones eran a su vez explotados (por el capitalismo) y explotadores (de las mujeres). Una afirmación con tal claridad no había tenido lugar hasta entonces, salvo en las agrupaciones feministas.
Lo particular de la cuestión, que reviste mayor gravedad, es la existencia en el seno mismo del partido revolucionario de la subordinación de la mujer en relación al hombre. Pero el replanteo deber ser conjunto, ya que si bien las compañeras deben replantearse su papel de compañera o madre, los compañeros deberán replantearse (si no todos, un buen número de ellos) sus actitudes machistas. […] El hecho de que nuestro partido sea un partido dirigido por hombres (no 'de hombres', ya que sería desconocer la militancia de las mujeres) y que el nivel de politización sea inferior, quedando relegadas a tareas administrativas o de 'colaboración', no se debe sólo a la formación que la mujer recibe en la sociedad y que se refleja en el Partido, sino también a las posibilidades que los compañeros otorgan a las compañeras o a 'sus' compañeras. De ahí que consideramos que el colectivo de partido debe hacerse un replanteo y que las reivindicaciones femeninas debe plantearlas al Partido, a través de sus órganos naturales, del mismo modo que es el partido en su conjunto el que plantea la expropiación de la Pampa húmeda… etc.[…]. La liberación de la mujer no es un problema -reiteramos- que deban enfrentar exclusivamente las mujeres. Si aceptamos como válida la caracterización de la doble explotación que sufre la mujer, por el sistema y por el hombre, éste debe asumirse como explotado y como explotador a la vez. De modo que la liberación definitiva del hombre está intrínsecamente y dialécticamente ligada a la liberación de la mujer […]. Si planteamos, dentro de nuestro Partido, separadamente la lucha de las mujeres, partimos desde el vamos de la desigualdad con el hombre (Grassi y Alayón 1975, 32).
Dos números después, Izquierda Nacional publicó una contestación a la carta de Grassi y Alayón, firmada por María Amalia Reynoso. La nota comenzaba por el reconocimiento del aporte crítico de los/as compañeros/as y por acordar con ellos/as en que el partido no era un "bunker" [sic] aislado de la realidad, por lo cual las relaciones de opresión hacia las mujeres eran también reproducidas a su interior. Pero la autora disentía respecto de las objeciones al empleo del término "feminismo".
Con respecto a su desacuerdo en que reivindiquemos el vocablo 'feminismo' (por la tradición de lucha que encierra) '…al tener que reconocer la existencia de problemas específicamente femeninos…', no veo cuál es el fundamento. Si en la propia carta de los compañeros se señalan ejemplos de vida cotidiana, puntualizando incluso la presencia de actitudes "machistas" de los varones "explotados-explotadores" ¿por qué el rechazo a un frente femenino que movilice y organice a la mujer en su doble condición de explotada? (Reynoso 1975, 30).
Asimismo, Reynoso intentó rebatir los argumentos expuestos para rechazar la formación de un frente específico.
Los revolucionarios (hombres y mujeres) sabemos cual es nuestro papel: apoyar las reivindicaciones parciales vinculadas a las grandes masas, impulsarlas a que se organicen y proponer consignas más generales y más elevadas para que en su necesaria profundización se comprometan en la lucha contra el adversario. Porque el partido lo ha entendido así y se da la organización que consecuentemente corresponda a sus principios y objetivos estratégicos ha institucionalizado nuestro frente (Reynoso 1975, 30).
Las citas seleccionadas son la prueba de que se plantearon importantes diferencias que dividieron a la organización en torno a las estrategias concretas a tomar para avanzar con esta militancia. Para algunos/as la formación de un frente específico era la posibilidad de dar el lugar merecido a la lucha de las mujeres; para otros/as era profundizar la discriminación. Las formas de este debate evocan a las paradójicas que presentó y presenta el feminismo (excluido cierto feminismo de la diferencia) en torno al "sujeto mujer". Algunas teóricas feministas coinciden en hablar de él como un sujeto paradójico, desde donde se producen las demandas y reivindicaciones, pero que está destinado a desaparecer en el trascurso de su lucha (De Lauretis 2000; Scott 2012). El FIP vivió esta paradoja pero no consiguió acuerdos claros ni sostenidos (aunque tampoco hubo tanto tiempo para ello; la dictadura interrumpió la experiencia unos meses después).
En el marco del Primer Congreso Feminista organizado por el MOFEP los días 1 y 2 noviembre de 1975, luego de los debates arriba reseñados, se volvió a reivindicar la creación de una instancia específica para la lucha feminista. Entre las conclusiones relevadas puede leerse la siguiente:
Propuestas, documentos e informes provenientes de todo el país, junto con el análisis de las experiencias ya realizadas se concretaron finalmente con la caracterización general y en la delimitación de los alcances del Movimiento Feminista Popular que será reivindicativo y democrático, amplio, no partidista y abierto a las mujeres de todos los sectores sociales (s/a, Izquierda Popular, 1975b: 4-5, las negrillas nos pertenecen)26.
Y aquí no sólo se afirmaba la creación y el sostenimiento de un frente diferenciado, sino que se avanzaba sobre el carácter del frente definido como "democrático", que permitía la participación de mujeres que no estuvieran militando en el partido. Esta apuesta abría las puertas para la reunión de mujeres de distintas clases, desdibujando el carácter socialistas de dicho frente. Si no eran sopesadas las determinaciones de clase ni las ideológicas para el ingreso al frente, podía pensarse, entonces, que serían bienvenidas también mujeres de otros contextos, otros países, otros continentes, que traerían preocupaciones no situadas poniendo en riesgo el esfuerzo por un feminismo local de un país "semicolonial".
Pero casi un año más tarde, Jorge Abelardo Ramos retornaba a este punto en un documento interno del partido que tuvo por título Feminismo y lucha política. En éste, el dirigente sostuvo la necesidad de hacer de todo el partido y de todos y todas los y las militantes del FIP, militantes feministas.
Empecemos por decir que el feminismo no es un "Frente" del PSIN-FIP. Aunque el partido trabaje en el área universitaria o cultural, a nadie se le ocurriría decir que tenemos una "ideología universitaria o cultural". Sin embargo, el trabajo feminista supone poder decir que nuestro partido es feminista pues de otro modo no podría ser socialista […]. Además, cada hombre del partido deberá estar en condiciones de hablar o escribir sobre la cuestión feminista y encontrar en este asunto tanto interés para luchar por él como en otros aspectos de nuestro programa. En otras palabras, el feminismo no es opcional en nuestro partido, sino obligatorio (Ramos circa 1976, 5. Las negrillas nos pertenecen).
Las idas y vueltas no encontraron resoluciones complacientes para todas las partes. Ante la propuesta de la disolución del frente algunas mujeres abandonaron el partido27.
2.4 Algunos problemas de un feminismo para un país semicolonial
Las interesantes e inéditas (para el feminismo argentino, al menos) aspiraciones de construir un feminismo local, situado, que respondiera a la realidad semicolonial de la Argentina (para lo cual debían ensayar procesos de apropiación y adaptación del feminismo internacional) fueron, quizás, en algún sentido, demasiado exigidas para las herramientas disponibles y el contexto sociopolítico del momento.
Existió un punto en el que las dificultades que implicaban la importación y adaptación de las demandas feministas, se transformaron prácticamente en un obstáculo para el desarrollo de la militancia feminista del FIP. Dicho punto estuvo dado por un tema sensible en la agenda político cultural de la Argentina de los setenta: el control de la natalidad. Asunto que obviamente se ligaba a los debates sobre la disponibilidad o no de la pastilla anticonceptiva, como también se vinculaba con las demandas (casi exclusivamente feministas) en torno al aborto.
Como sostiene Felitti, en los años setenta, el marco de la Guerra Fría y sus proyecciones apocalípticas para un futuro no tan lejano, la planificación familiar fue promovida como una solución al problema de la supuesta inevitable escasez de recursos frente al geométrico aumento poblacional, especialmente en los países pobres (Felitti 2012). Desde distintos organismos internacionales se implementaron programas de créditos o premios a los países tercermundistas que desarrollaran políticas de control de natalidad.
A esta situación le opusieron resistencia algunos/as políticos/as, intelectuales y militantes del Tercer Mundo, que la interpretaron como una arremetida imperialista. Arguyeron que, por el contrario, el crecimiento poblacional constituía una fuente generadora de riqueza y desarrollo. El caso argentino, además, contaba con una diferencia respecto de los otros de la región, pues el país expresaba una tasa de natalidad decreciente. Esta situación llevó a que el tercer gobierno peronista promulgara el Decreto 659 de febrero de 1974, que disponía el control sobre la circulación de anticonceptivos y la proscripción de toda actividad relacionada con éstos (entre ellas las realizadas por los consultorios de planificación familiar que funcionaban en los hospitales públicos). En un informe oficial Perón, justificando esta política, afirmaba que Argentina estaba siendo sometida a un sutil plan exterior para despoblarla de hombres y mujeres en edad útil (Felitti 2006).
La posición oficial fue compartida con los grupos de las nuevas izquierdas. Sin embargo, para el FIP éste se constituyó en un problema a resolver dado que estas posiciones ideológicas y el decreto afectaban directamente a las mujeres y a su libertad de elección, y se enfrentaban abiertamente con unas de las reivindicaciones centrales del movimiento feminista internacional.
En algunas ocasiones, el FIP explicó que las reivindicaciones feministas del primer mundo sobre planificación debían ser revisadas para el caso local.
La planificación familiar en las metrópolis es una legítima consigna de liberación femenina que no entorpece la marcha de los procesos productivos, sino que permite la ampliación del ejército de reserva calificado, con la participación de millones de mujeres a jornada completa, a medio día o por horas. Pero la expresión planificación familiar cambia totalmente su sentido y se convierte en una siniestra caricatura al traducirse al idioma de los pueblos coloniales y semi-coloniales. Cuando el Banco Mundial condiciona la concesión de sus créditos a los pueblos hambrientos, a la aplicación de los planes de planificación familiar, con ello no sólo mutila a la mujer desprotegida de su elemental derecho de procrear, sino que condena a naciones enteras a la sumisión y dependencia, desproveyéndolas de su riqueza más creativa, su población (Carvallo, Bologna y Fernández 1975, 22).
Sin embargo, en otras ocasiones dejó entrever las complicaciones de este posicionamiento. En diciembre de 1975 en Izquierda Popular se publicó una nota titulada "Aborto, Un drama de la Argentina dependiente". La nota expresa distintas perspectivas y líneas argumentales que parecieran no resolverse muy satisfactoriamente.
Nos hemos cansado de oír que la Argentina es un país muy rico pero despoblado. Que necesitamos imperiosamente aumentar el número de habitantes. Pero ¿está garantizado el derecho a la vida? ¿Está garantizado el derecho de la pareja a decidir con plena libertad cuántos hijos habrán de tener?
Cuando nos enteramos por estimaciones difundidas que en nuestro país se produce un aborto cada tres nacimientos, cuando observamos que en algunas regiones del país por cada 1000 niños nacidos vivos alrededor de 130 mueren antes de cumplir un año, cuando hurgando un poco podemos comprobar que muchas mujeres mueren anualmente por abortos practicados en condiciones absolutamente infrahumanas, no podemos menos que pensar que nuestras enormes riquezas en manos de unos pocos parásitos nativos y extranjeros no sirven para asegurar la vida en condiciones dignas ni siquiera de los escasos habitantes que hoy somos (s/a, Izquierda Popular 1975a: 4-5).
En primer lugar, puede verse un intento de sostener y adaptar las consignas feministas a la realidad local. Pero inmediatamente después notamos que el gesto argumental parece volcarse y aliarse con el campo crítico de la izquierda sobre las políticas imperialistas de control de la natalidad28.
Pocos argentinos, pocos latinoamericanos. La oligarquía y sus aliados, los pulpos del gran capital extranjero, practican de hecho en la Argentina la política antinatalista del imperialismo para asegurarse de que seamos pocos. Pocos argentinos, pocos latinoamericanos. No vaya a ser que utilicemos nosotros mismos nuestros propios recursos naturales que ellos guardan como su reserva para un futuro no muy lejano. No vaya a ser que el hambre de muchos ponga en serio peligro el privilegio y el despilfarro de pocos ¿Qué otra cosa quería decir el ex presidente de Estados Unidos, Johnson, cuando afirmaba que más valía un dólar invertido en anticonceptivos que en ayuda económica para los países latinoamericanos? (s/a, Izquierda Popular 1975a: 4-5).
Finalmente, confirmando la desorientación de la línea argumental, la nota concluye por reivindicar la consigna feminista a favor del aborto.
El aborto está prohibido en la Argentina. La hipocresía de las clases dominantes provoca una realidad pero quiere mostrar otra" (s/a, Izquierda Popular 1975a: 4-5).
Las distintas y encontradas argumentaciones que se presentan en tan pocos párrafos nos hablan de las dificultades de tomar posiciones al respecto de ciertas demandas feministas desde una izquierda nacional, incluso a pesar de su disposición a hacerlo.
Esta encrucijada, como otras, en la que se vio sumida la experiencia de FIP no consiguió arribar a una resolución o acuerdo sostenido. El golpe de estado de 1976 y la avanzada represiva clausuró todas las posibilidades y hoy nos deja con preguntas abiertas respecto de las posibilidades de esta experiencia.
3. Algunas notas finales
El análisis de la experiencia del feminismo en la izquierda nacional ha querido ser una contribución al mapa de relatos que hoy se construyen tanto sobre la militancia política de los años setenta en Argentina como sobre la historia del feminismo.
Las apuestas del FIP en torno a la militancia feminista fueron comprometidas si se considera que el feminismo cargaba con ciertos estigmas cultivados entre cierta militancia de izquierda, que lo ligaban inmediatamente al imperialismo cultural y/o a una problemática burguesa.
El FIP sorteó el primer estigma y pudo avanzar, no sin dificultades, sobre la definición de un feminismo, a sus ojos, más deseable; un feminismo socialista que reconociera, simultáneamente, el carácter específico e impostergable de la lucha feminista.
La experiencia feminista del FIP fue compleja por dos cuestiones. En primer lugar, porque el convencimiento que expresaba el partido en torno a la condición "específica" de la lucha feminista, acarreaba, sin embargo, disputas en torno a las estrategias para avanzar sobre dicha lucha. La conformación o no de un frente específico y diferenciado fue un punto nodal que suscitó debates, tironeos y alejamientos.
En segundo lugar, las apuestas de ensayar una militancia feminista situada en un contexto de país semicolonial, obligaron al partido a tomar posiciones que resultaron irresolubles para la agenda feminista y la agenda política. El control de la natalidad fue el tema candente en este sentido.
La perspectiva elegida en el trabajo aquí presentado, apuntó a poner el foco en las ambigüedades, las disputas y los temores, con el objetivo de resaltar las dificultades que conllevó para el FIP la gran apuesta de abrazar la lucha feminista. Por ello el trabajo no debe leerse, en modo alguno, como un análisis volcado a someter a evaluación los alcances y los límites de la experiencia, lo que sería una cómoda pero inerte crítica, en tanto y en cuanto toda experiencia es plena en sí misma, no tiene carencias, a lo sumo tiene particularidades.
Por otra parte, la consideración del caso fue realizada bajo la convicción de que la recuperación de dicha experiencia podría traducirse en un aporte para el análisis y la comprensión de los debates teórico-políticos contemporáneos que se producen desde el campo de los estudios de interseccionalidad, o incluso, también, en el campo del feminismo poscolonial (Vázquez Laba 2011).
La compresión de la dimensión histórica de dichas preocupaciones nos pone a salvo, o al menos, medianamente a salvo, de tener que empezar de cero cada vez. Situación ésta que, en el caso de la militancia feminista, por la característica de sus prácticas pero también por la invisibilización de la que ha sido objeto, es una amenaza siempre latente.
Citas de pie de página
2. Recordemos el Mayo francés del 68, el movimiento de liberación de Argelia, el movimiento antibélico norteamericano, los procesos revolucionarios latinoamericanos y tercermunistas.
3. Entre 1970 y finales de 1975 se crearon la Unión Feminista Argentina (UFA) y el Movimiento de Liberación Feminista (MLF). Al mismo tiempo, en dos organizaciones de las nuevas izquierdas se intentó desarrollar líneas de militancia feministas. Se trató del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y del Frente de Izquierda Popular (FIP).
4. "Nueva(s) izquierda(s)" es un término de cuño más académico que militante para referirse a ciertas organizaciones que comenzaron a constituirse hacia mediados de los años sesenta, cuestionando a los partidos de la izquierda tradicional y redefiniendo sus vínculos (de integración o alianza) con el movimiento peronista (Altamirano 2011; Tortti 1999 y 2005).
5. El peronismo es una expresión que ha designado y designa a un amplio espectro de fuerzas sociales y políticas. Debe su origen al general Juan Domingo Perón, quien gobernó la República Argentina entre 1945 y 1955, con un inmenso apoyo de los sectores populares por efecto de las políticas implementadas en materia de derechos laborales y sociales, que transformaron radicalmente las condiciones de vida de estos sectores de la sociedad. Asimismo, y paralelamente, fue una fuerza política enfrentada con los partidos de izquierda, a quienes hostigó sostenidamente. En 1955 un golpe de estado derrocó al gobierno peronista y el peronismo fue proscripto, no sólo en el campo electoral sino en las manifestaciones sociales. El objetivo fue "desperonizar" al pueblo trabajador, pero los efectos fueron los contrarios.
6. "[L]a diferencia entre el nacionalismo de un país imperialista como Alemania y el nacionalismo de un país atrasado como la India [es que] el primero es reaccionario, el segundo, revolucionario" (Ramos 1983 [1973], 102).
7. En el último número de la revista Política de la Memoria se publicaron algunos textos que reflexionaban sobre las repercusiones del texto de Schwarz y un artículo del propio autor titulado Las ideas fuera de lugar: algunas aclaraciones cuatro décadas después. En el mismo, Schwarz (2011/2012) discute con las interpretaciones que arriba he sugerido, que fueron en definitiva las que lo volvieron un texto trascendente en aquella época.
8. A efecto, entre otras cosas, de la situación favorable que representó para los mercados locales la debilitación de los mercados europeos en la posguerra.
9. Por ejemplo, el gobierno de facto iniciado en 1966 por el general Juan Carlos Onganía se había autoimpuesto para garantizar el camino hacia la modernización del país. Sin embargo, y paradójicamente, ese camino fue acompañado por una política represiva en el campo no sólo de la política sino también de la cultura. Las nuevas pautas culturales que se consideraban parte del devenir moderno de la sociedad argentina, como ciertos relajamientos de los mandatos sociales en torno a la sexualidad o ciertos giros osados en la moda, fueron sancionados por la dictadura (De Riz 2010[2000]).
10. Habría que remarcar y distinguir aquí a la izquierda nacional, concretamente el FIP, de las otras expresiones de las nuevas izquierdas. El FIP denunciaba al imperialismo al tiempo que consideraba una aliada estratégica a la burguesía local. Al respecto pueden consultarse muchos artículos de Jorge Abelardo Ramos, entre ellos "El FIP y el capital extranjero" o "El fin de un régimen" entrevistas y artículos de inicios de 1971 compilados en Ramos (1983 [1973]).
11. Algunas reflexiones sobre el cambio de paradigma que procuraron realizar las nuevas izquierdas en este tema, pueden encontrarse en el trabajo de Longoni y Mestman (2010[2002]).
12. Héctor Cámpora fue elegido por Perón desde el exilio para que fuera candidato a presidente por el FreJuLi (Frente Justicialista de Liberación) partido por el que participó el peronismo en las elecciones de marzo de 1973. Cámpora ganó las elecciones y una vez en el poder preparó unas nuevas elecciones presidenciales a las que, luego de años de proscripción, pudo presentarse Perón como candidato en septiembre de 1973.
13. García (2008) reflexionando sobre la recepción de ideas llama la atención al respecto del papel que juegan, en migración, recepción y apropiación de ideas, los soportes materiales o artefactos culturales en los que ellas viajan, desde los circuitos editoriales hasta las ciudades como objeto privilegiado de la historia cultural.
14. Claudia y Primera Plana, aunque eran bien distintas (una dirigida a un público femenino, la otra al varón moderno), pueden considerarse como productos de la industria cultural. Mientras que las revistas Crisis y Punto de Vista representan emprendimientos culturales y políticos de distinta envergadura.
15. "Izquierda cipaya" era el modo despectivo en que la izquierda nacional se refería a las otras izquierdas para acusarlas de estar al servicio del imperialismo, al no unirse en la lucha nacionalista.
16. Persona fue la publicación del MLF y el fragmento pertenece a su primer editorial de 1974 donde se refería a los prejuicios que acarreaba el feminismo.
17. Aproximadamente un año más tarde pasó a llamarse Centro de Estudios Sociales de la Mujer (CESMA).
18. Izquierda Nacional fue el medio de difusión de las ideas nacionalista de izquierda desde mediados de la década del sesenta; en este período desarrolla su tercera etapa. Mientras que Izquierda Popular es una publicación que se inicia en 1972, y reconoce como antecesora a Lucha Obrera
19. "Izquierda Popular no es la creación de un grupo de escritores o periodistas que pretenden 'aleccionar' a un público difuso y pasivo. Izquierda Popular es un instrumento para la acción militante de un movimiento político que aspira a ser el vehículo de sectores cada vez más amplios de oprimidos y explotados" (Izquierda Popular, Año1, No. 2, sept. 1972, p.3).
20. En torno a las publicaciones de Izquierda Nacional pueden considerarse los trabajos de García Moral (2005) y Eidelman y Acha (2000).
21. Faby (diminutivo con el que era conocida) Carvallo pasó su juventud en Montevideo donde estuvo en contacto con un grupo de escritores, entre ellos Oliverio Girondo, y a partir de ellos tuvo sus primeros conocimientos del feminismo. Luego fue esposa de Jorge Abelardo Ramos, dirigente del partido. Y aunque para el período que nos incumbe ellos hace tiempo que están separados, puede considerarse que la figura de Faby y la relación con Ramos fueron condicionantes para que desde el partido se impulsara y diera cabida al feminismo.
22. Reflexionaba sobre el trabajo doméstico, la ausencia de decisión sobre el patrimonio matrimonial, la dependencia de la mujer, la monogamia sólo para la mujer, la doble moral del varón, la negación de la sexualidad de la mujer, entre otros temas. También el manifiesto intentaba explicar el carácter cultural de la "mujer" y el "varón" en la sociedad patriarcal, y las particularidades que ésta ha tenido en la sociedad capitalista.
23. Para un análisis de la doctrina desarrollada por Juan Domingo Perón de hacer del Justicialismo (nombre con el que se designó al peronismo) una tercera vía, alternativa al capitalismo y al comunismo, véase Altamirano (2007[2001]).
24. Victoria Ocampo fue una escritora y pensadora argentina que pertenecía a las clases acomodadas del país. Su trabajo en el campo de la cultura fue en algunos puntos vanguardista y muy vinculado a los últimos gritos de la moda cultural e intelectual europea.
25. En este período cierta mirada romántica, sobrestimada, sobre la figura de proletario o incluso sobre la del militante, que encarnaban los sujetos privilegiados para la revolución, hizo difícil su evaluación como beneficiario inmediato y responsable de la situación de opresión de las mujeres de su entorno.
26. La descripción del encuentro y las conclusiones del mismo fueron publicadas en las páginas centrales de este número de Izquierda Popular.
27. Relatos que dan cuenta de este alejamiento se encuentran en el testimonio de María Amalia Reynoso, publicado en Chejter (1996).
28. Es necesario aclarar que, según Karina Felitti (2012), los planes imperialistas de control de natalidad no llegaron a traducirse en políticas reales en Argentina. De todos modos, su fantasma estaba al acecho y demandó posicionamientos a su respecto.
Fuentes primarias
Arriaga, Betty. «La mujer y el socialismo». Izquierda Popular, No. 51, año III, julio de 1975: 6.
Barral, María Luisa. «Escriben los lectores: Reivindicación de la mujer en la lucha revolucionaria». Izquierda Popular, No. 43, noviembre de 1974: 10.
Carvallo, Faby. «El feminismo socialista y el feminismo burgués». Izquierda Nacional, No. 38, agosto de 1975: 28-30.
________, Nora Bologna y Julia Fernández. «De la rebelión de las mujeres a la revolución». Izquierda Nacional, No. 36, junio de 1975: 22.
Grassi, Estela y Norberto Alayón. «¿Debe el movimiento revolucionario levantar la bandera del feminismo?». Izquierda Nacional, No. 38, agosto de 1975: 32.
Ramos, Jorge Abelardo. «Feminismo y lucha armada». Izquierda Nacional. Publicado 20 de julio de 1976. Último acceso 20 agosto de 2010, http://www.izquierdanacional.org/documentos/pdf/0003.pdf
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