Lo traumático de hacer etnografía
Caratini, Sophie. Lo que no dice la Antropología. Madrid: Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2013.
Bronislaw Malinowski (1975) apuntaba a algunas consideraciones inherentes en todo trabajo de campo como el carácter caótico y fragmentario que poseen las primeras observaciones y los desvíos y desasosiegos durante esa inserción. Estos últimos requiebros emocionales quedaron bien patentes toda vez que fue publicado su diario íntimo. En este se exponían los recovecos más obscuros y ariscos de su relación con los nativos de las Trobiand. A pesar de este clásico precedente, desde entonces han sido escasos los textos de carácter antropológico o sociológico que hayan incidido en las dificultades, fluctuaciones y desabríos que emergen en el despliegue de la inserción del investigador en el seno de una comunidad. No solo con respecto a la readaptación vital a la que es sometido el etnólogo, sino también a los efectos sobre las relaciones de poder y la emergencia de emociones contradictorias que operan durante el trabajo de campo y que contribuyen decisivamente a la generación de un marco plausible de conocimiento. Como bien lo recuerda Rosaldo (2000), el trabajo de campo está mezclado de fracasos y de asimetrías entre los informantes y el etnógrafo.
Es en esta disyuntiva en la que la antropóloga francesa Sophie Caratini aporta elocuentes apreciaciones al campo de la autorreflexibilidad científica, y lo hace desde su experiencia como etnóloga inmersa en la vida de la tribu de los Erguibat en el desierto mauritano del Sahara a finales de la década de los setenta. A través de un relato entre el ensayo epistemológico y el género autobiográfico narra en primera persona su entrada al campo, la cual estuvo posibilitada y mediada por sus relaciones personales tejidas previamente, lo que contribuyó a perfilar unos específicos vínculos sociales. Ese primer encuentro, afirma Caratini, genera un efecto traumático por cuanto el investigador queda atrapado en la desorientación y abandono psicocultural forjado por su nuevo contexto espacio-temporal. En palabras de la autora: "en el trabajo de campo casi siempre se está solo. Es una de las condiciones básicas de la experiencia (…) No es la ausencia de otros, sino su diferencia, experimentada al compararse con los otros la que le provoca a veces la impresión de estar «solo»" (p. 41). A partir de ahí el investigador social se ha de inscribir en un juego permanente de roles y posiciones relacionales que generarán "efectos físicos, emocionales y psíquicos" imprevisibles. Escenario que puede desanimar a la inmersión voluntaria como método investigativo y la posibilidad de obtener datos a partir de la observación. A partir de su propia experiencia mauritana, Sophie Caratini subraya la importancia de los anclajes sociales establecidos y la interacción con los informantes. La relevancia de su presencia es doble, nos dice Caratini, pues se convierten en informantes pero también en mediadores actuando de filtro entre el estudioso y la realidad; de ahí que, como fue el caso de la propia autora, el investigador pueda incorporar inconscientemente algunas coerciones procedentes de sus informantes.
Es en ese contexto cuando el etnólogo se plantea los motivos en la delimitación y selección de su caso y problema sociológico. Si bien desde la escolástica se apuesta en el ejercicio de su delimitación por la argumentación racional, Sophie Caratini apunta a su carácter frecuentemente casual y, en particular, a su débito en la resolución de traumas ocultos atesorados previamente por el investigador. Es decir, todo trabajo de campo, según ella, "no es otra cosa que la conclusión de un conjunto de traumatismo iniciales, una carencia-de-ser en la que el deseo del Otro se confunde con el deseo de uno" (p. 92). Es este contexto traumático lo que dota a este método de un carácter emergente y flexible, en continuo hacer, obligando a virar constantemente, a repensarse. Este estado fluido del método de la inmersión contribuye decisivamente a situar al investigador en una permanente sensación de estar afuera y dentro. Le agita y le obliga a continuos desplazamientos mentales y a negociaciones con los otros y con él mismo, a reconocer la realidad y a transformarla en conocimiento. Ahí radica, nos dice Caratini, la utilidad práctica de la inmersión, puesto que "el deseo de observación que su voluntad de participación conlleva tiene como único fin confesado comprender el «funcionamiento» o la «estructura» del conjunto social y cultural que es el objeto de su estudio" (p. 109).
En esta tarea la construcción de la narración se convierte en un ejercicio cardinal, por cuanto a través de ella se revelan las estructuras profundas y sus lógicas, a la par que se confecciona desde una posición de legitimidad científica. Sin embargo, en la elaboración de ese discurso sobre el otro irrumpe también el conflicto interno del investigador sobre su desdoblamiento que puede perturbarlo. Para Caratini, el éxito de manifestar el "pensamiento del otro" dependerá de la capacidad de transformación del propio etnólogo una vez que incorpore e integre las referencias culturales de los anfitriones y por contra se deshaga de las suyas. Si bien la autora afirma que este es un proceso habitualmente inconsciente, la revisión y examen, por ejemplo, de los diarios de campo pueden aportar material para la autorreflexión y conocimiento sobre las "fracturas psíquicas que el encuentro provocó" (p. 140). Estas anécdotas personales poseen, según Caratini, capacidad heurística puesto que desvelan "la historia de las relaciones intersubjetivas del momento de la investigación" (p. 142). Narración que debería reconstruirse desde un lenguaje metafórico y poético, ya que este facilita su comprensión al mismo tiempo que implementa la de la jerga académica.
En suma, Sophie Caratini nos sumerge, a partir de su autobiografía etnológica, en imprescindibles discusiones que han ido atravesando en las últimas décadas a las ciencias sociales y, en particular, a la antropología y que abarcan desde la naturaleza epistemológica del método de la inmersión, el rol del investigador y su mutación psicológica hasta lo relevante de explicitar y poner en situación las emociones que emergen durante el trabajo de campo. Retoma, pues, las consideraciones de Clifford Geertz (1994) cuando afirmaba que el trabajo de campo era un compilador de sentimientos, pensamientos y ética que confluían en dos corrientes: en el compromiso y en el análisis. En este se pulsaba la tensión entre la comprensión científica y las prácticas cotidianas y, afirmaba el antropólogo norteamericano, se perpetuaban binomios tales como amigos/informantes, vivir/pensar o personal/profesional.
Por último, y como bien lo manifiesta Maurice Godelier en la entrevista que cierra el libro, la concepción profundamente conflictiva del trabajo de campo y el protagonismo mayestático del trauma presentes en toda la reflexión de Caratini posiblemente sean más productos de la experiencia personal de la autora que unas premisas generalizables. Son muchos los trabajos de campo en los que el etnólogo ya no acude en soledad sino, por el contrario, bien acompañado, y son muy variadas las inmersiones investigativas que tienen como objeto el ámbito urbano cercano (at home) y no ya los estudios de antaño en pequeñas y lejanas comunidades exóticas que tan vigorosamente desorientaban y traumatizaban al etnólogo. En cualquier caso ello no invalida el interesante y sugestivo ejercicio de Sophie Caratini por hacer aflorar todo aquello a lo que la ortodoxia académica tan deliberadamente no ha prestado especial atención o, en su defecto, ha intentado omitir.
Referencias bibliográficas
Caratini, Sophie. Lo que no dice la Antropología. Madrid: Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2013.
Geertz, Clifford. Conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas. Barcelona: Editorial Gedisa, 1994.
Malinowski, Bronislaw. «Confesiones de ignorancia y fracaso». En La antropología como ciencia, compilado por José Llobera, 129-139. Barcelona: Editorial Anagrama, 1975.
Rosaldo, Renato. Cultura y verdad. La reconstrucción del análisis social. Quito: Ediciones Abya-yyala, 2000.
Francisco Adolfo García Jerez
Doctor en antropología, docente de la Universidad del Valle, Cali-Colombia
adolfo.garcia@correounivalle.edu.co